Comer para Vivir o Vivir para Comer? Mi Experiencia Ayunando
Hay dos clases de personas: Las que comen para vivir y las que viven para comer. Yo entro definitivamente en la segunda categoría. Pero debería ser así?
Durante mi tiempo estudiando en Siena, Italia, conocí un grupo de estudiantes iraníes y libaneses, quienes en aquella época se estaban preparando para afrontar el mes de Ramadán. En charla con ellos, me contaron de como en Ramadán ayunan durante las horas de luz y se les permite ingerir alimentos cuando el sol se pone. En mi cabeza occidental de 22 años, me parecía una locura el ayunar todo el día. Pero ellos siempre hablaron de la claridad mental y la paz que el ayuno les proporcionaba, y debo admitir que he tenido esa curiosidad durante los últimos 10 años.
En estos diez años, he hecho más de 30 ayunos cortos. Muchos de 24 horas, algunos de 36 horas y una vez de 40 horas. En ninguno de esos casos sentí la claridad mental que los chicos hablaban, lo que hacía que mi curiosidad se incrementara más y más.
Hasta que, en 2018, mágicamente todo clickeó. A mediados de mayo comenzó el Ramadán, y como todos los años, me llamaba la curiosidad, pero este año hubo algo diferente. A los pocos días que comenzara, me topé con un video sobre ayuno. Específicamente, sobre qué le pasa al cuerpo si se ayuna durante una semana. A partir de ese video, sumado a mi enorme curiosidad sobre el Ramadán, estuve una semana investigando permanentemente estudios e investigaciones sobre el ayuno y sus efectos.
Y curiosamente, virtualmente todas las búsquedas devolvían resultados positivos. Principalmente con respecto a la mejora enorme de la sensibilidad a la insulina (especialmente teniendo antecedentes de diabetes en mi familia), la mejora de la presión sanguínea, niveles de glucosa en sangre, niveles de triglicéridos y de grasa coporal, altos niveles de autofagia (que es el proceso natural de curación del cuerpo, en el que la célula se digiere a sí misma para eliminar los elementos que no se necesita, y de esa manera promover la creación de células nuevas), mejoras en el sueño, en la piel, en el funcionamiento del hígado, estómago e intestinos, promover un estado de cetosis, y resetear el cuerpo a las necesidades propias del organismo en términos de energía, nutrientes y alimentación. Y acá es donde quiero hacer hincapié.
Como dije en el primer párrafo, soy una persona que vive para comer, y no que come para vivir. Imagino es un producto de nuestro estilo de vida, de cuestiones culturales y alimenticias, y de cómo nuestra vida gira en torno de la comida. También sabemos que el estómago se acostumbra y se adapta a las cantidades de comida que le metemos.
Es ilógico que una persona como yo necesite comer seis hamburguesas con jamón, queso, lechuga, tomate y pan en el almuerzo, y AÚN quedarse con hambre. Y lo peor es que esto no era así seis meses atrás. Claramente hubo un desbalance en el medio y el ayuno podría ser una ayuda para ayudar a “resetear el sistema” y comer lo que mi cuerpo necesite, sin comer de más, ni atiborrarlo de porquerías que luego me hacían sentir pesado y letárgico.
Y hay dos cosas que los ayunadores suelen experimentar y me interesaron sobremanera: una de ellas era que sentían que su sentido del gusto se reiniciaba y sentían un mayor aprecio por las comidas naturales; frutas, verduras y carnes, dejando de lada las comidas procesadas; y la otra era la claridad mental y casi energía ilimitada que experimentaban una vez que sus cuerpos entraban en este estado de cetosis.
Wikipedia explica la cetosis como:
una situación metabólica del organismo originada por un déficit en el aporte de carbohidratos, lo que induce el catabolismo de las grasas a fin de obtener energía, generando unos compuestos denominados cuerpos cetónicos, los cuales descomponen las grasas en cadenas más cortas, generando acetoacetato que es usada como energía por el cerebro (en estados de ayuno aporta el 75% de la energía) y el resto de los órganos del cuerpo humano. De esta manera, el cuerpo deja de utilizar como fuente primaria de energía los glúcidos, sustituyéndolos por las grasas.
Entonces, mi cuerpo usaría mi propia panza como nafta, y mi cerebro no sólo funcionaría mejor porque recibe su energía de los cuerpos cetónicos en vez de la metabolización de la glucosa en los carbohidratos. Mientras que el bajar de peso no era en lo absoluto mi interés, sí me llamaba poderosamente la atención cómo la cetosis te llevaba a ese estado de claridad mental que los ayunadores mencionaban. Después de seguir investigando una semana más, tomé la decisión de intentarlo.
Una semana. Sin comida. Sólo agua.
Siendo mi intento de ayuno más prolongado, pensé que sería una gran idea consultarlo con un médico nutricionista (un médico especializado en nutrición). En la consulta, no sólo aprobó la moción sino que además mencionó varios de los beneficios del ayuno prolongado y sus propiedades curativas.
Antes de irme de la consulta, me subió a la balanza de bioimpedancia y me midió los valores actuales:
- Altura: 191 cm
- Peso: 98,100 kg
- Porcentaje de Grasa Corporal: 23,6%
- Metabolismo Basal: 2.180 kcalorias (equivalente a un requerimiento de unas 3.400 calorias diarias)
Habiéndome quedado tranquilo con que tenía el aval médico, me dispuse a pasar 7 días sin comer alimentos sólidos.
Días 1 – 3
Los Difíciles.
Mi primer día de ayuno comenzó como cualquier otro: con casi medio litro de agua apenas me desperté. La única diferencia es que no habría mate ni café esta vez. Sólo agua, por una semana. Ya el mero hecho de pensar en no comer todo ese tiempo es suficiente para crear situaciones de ansiedad. Mientras que mucha gente cuenta que experimenta ansiedad o malestar al no desayunar, en mi experiencia no fue asi el caso: como rara vez desayuno alimentos sólidos (suelo desayunar mate), ya me es bastante común ayunar diariamente unas 12-14 horas.
Una de las cosas que sí había leído y el médico me había recomendado era que, además del agua diaria, tomara unas dos cucharadas de sal mineral. Me advirtieron que iba a beber quizás el doble de lo que suelo beber todo el día, y por consiguiente, ir al baño mucho más seguido. Mientras que no es un problema de por sí, existe el riesgo de eliminar minerales via la orina, por lo que lo recomendable era agregar dos cucharadas de sal mineral diarias, para reponer electrolitos.
Me recomendaron dos: Sal Rosada del Himalaya y Sal Marina, y entre ellas dos, la del Himalaya es mucho más rica en minerales y menos refinada. Suponía que iba a ser una cosa de locos encontrarla, pero resulta que es bastante común. Por suerte, conseguí a menos de 5 cuadras de casa, así que estaba hecho.
Seguí todo el día tomando agua y agregando muy gradualmente la sal. Alrededor de las 2 de la tarde, mi estómago empezó a rugir, quejarse un poco, y comencé a experimentar algunos dolores de cabeza pasajeros. Quizás un poco bajo de energía, pero nada del otro mundo. Lo que sí cabe mencionar es que el hambre calmaba con cada vaso de agua que tomaba. La sal también ayudaba a aplacar la sensación de hambre. Al poco tiempo me di cuenta que no era verdadero hambre, sino apetito; totalmente mental.
Llegué a la noche un poco aletargado y con cansancio, pero salí a caminar algunas cuadras sin problemas. Sentí un poco de malestar en el estómago, pero eran sensaciones pasajeras que se aplacaban con un poco de agua. Los dolores de cabeza (que imagino eran por la falta de glucosa) iban y venían; no eran particularmente agudos pero sí bastante distrayentes.
El segundo día fue sorpresivamente tranquilo. No hubo sensación de hambre, ni malestares, ni dolores. Quizás una ligera sensación de aletargamiento y un poco bajo en energía, pero no mucho más que eso. Al igual que ese primer día, también salí a caminar. Este día fue cuando mi mente empezaba a flaquear: antojos de comida. Pero no de seis hamburguesas con jamón y queso. Ni papas fritas, ni chipá. Quería medialunas. Sólo medialunas. Pero no cualquier medialunas. Quería las medialunas de la panadería de enfrente. Claramente era mi mente haciendo jugarretas con mi cuerpo. Pero no había hambre, ni sensaciones feas. Había antojos, y ganas (muchas) de tirar todo a la mierda y preguntarme todo el día si valía la pena lo que estaba haciendo. O sea, virtualmente 100% mental; casi ningún síntoma físico.
Después de un segundo día relativamente tranquilo y sin molestias, pensé que lo peor ya había pasado. Bueno… resulta que me equivoqué; de toda la semana, el tercer día fue lejos el más complicado.
Los dolores de cabeza se hicieron más frecuentes, la sensación de poca energía se extendía más y más, al punto de casi sentirse como debilidad general, y por la noche, algunos retorcijones fuertes en el estómago. Lo que sí noté, cosa que es extremadamente rara en mí, es frío. Sentía las extremidades frías todo el tiempo. Después me enteré que el frío es normal, porque el cuerpo intenta conservar la mayor cantidad de energía posible y templar las extremidades no se vuelve prioridad. Afortunadamente, mi humor no había sido afectado. Creo que “apagado” es la mejor descripción que puedo hacer para cómo me sentí en ese tercer día. Me fui a dormir con retorcijones estomacales pasajeros y me costó un poco conciliar el sueño.
Días 4 – 7
Abrir los Ojos.
El cuarto día fue cuando noté finalmente la diferencia; donde todo tuvo sentido y pude ver que realmente el ayuno valía la pena. Me desperté completamente renovado y habiendo dormido extremadamente bien; curioso teniendo en cuenta que me había costado mucho conciliar el sueño la noche anterior. No sentía dolor de cabeza, ni hambre, ni dolores estomacales, ni nada. Me sentía ligero de mente y de cuerpo.
Mi cuerpo se despertó naturalmente a las 8 de la mañana y me pidió salir a caminar. Caminé desde mi departamento hasta el mar y de regreso, unos 8 kilómetros. Llegué a casa y mi cuerpo todavía quería más ejercicio, así que fui caminando a visitar a mi familia. Entre ida y vuelta, otros 6 kilómetros más.
Para las 10 a.m, había caminado casi 15 kilómetros, me sentía perfectamente energizado y sin el mínimo índice de cansancio. Naturalmente, estaba en pleno estado de cetosis; mi cuerpo ya no sacaba energía de la glucosa, sino que estaba metabolizando mis reservas de grasa para generarla, así que mientras tuviese reservas, mi cuerpo tenía virtualmente una fuente inagotable de energía para usar. Después de un día de trabajar, dar clases y estar ocupado en general, para las 11:30 p.m ya me estaba yendo a dormir.
El quinto, sexto y séptimo día fueron increíbles. Dormí mejor de lo que había dormido en años, me despertaba completamente renovado y sin ninguna sensación de hambre, ni dolores, ni nada. Al no tener que ocupar mi cabeza en pensar qué comer, ni tiempo para preparar las comidas ni comerlas, fueron los días más largos y productivos en muchísimo tiempo. Salía a caminar todas las mañanas y la sensación era como de tener energía ilimitada. Las cosas parecían pasar en cámara lenta alrededor mío; -yo se lo atribuyo al cerebro siendo alimentado por cuerpos cetónicos en vez de la glucosa de los carbohidratos-; y era una sensación fascinante. Era finalmente la claridad mental que tanto me habían hablado. Era intoxicante.
Mi cuerpo no se sentía débil por la falta de alimentos. Todo lo contrario, me sentía más fuerte que nunca. Si era la realidad o un efecto placebo, no sabría decirlo. Pero quise ponerlo a prueba: esa noche fui a jugar al básquet. Y me arriesgo a decir que no era un efecto placebo; no hubo cansancio, ni falta de energía, ni nada. Mi mente estaba clara y mi concentración estaba en su punto más alto, como si las cosas transcurrieran, como ya dije, en cámara lenta. Jugué durante dos horas y media y mi cuerpo reaccionó perfectamente. A diferencia de todo lo que nos habían enseñado en el pasado, el no comer durante ese período no me había robado masa muscular; el cuerpo es mucho más inteligente de lo que le damos crédito y está adaptado histórica y biológicamente a períodos de ayuno extendidos.
Desde un punto de vista físico, me sentía mejor que en años. Me sentía fuerte y ligero. Dolores crónicos que sufría hacía años estaban disminuyendo. La artrosis en mi hombro derecho dolía mucho menos. Desde un punto de vista mental, la sensación era muy parecida; sentía gran calma, paz y claridad. Mis sentidos del oído y del olfato parecían estar un poco más precisos. Me sentía más descansado por haber dormido bien y enérgico.
La sensación de bienestar era tan intensa que, honestamente, hubiese pasado una semana más ayunando. Físicamente, seguramente hasta hubiese podido. Pero la idea original era pasar siete días, y acercándonos al final de las 168 horas de ayuno, había que despedirse. Fueron los días más productivos e intensos en mucho tiempo, y la sensación era difícil de explicar. Todos deberían experimentarlo al menos una vez. Me fui a dormir tranquilo y contento, y me dispondría a romper el ayuno por la mañana siguiente.
Días 8-10
Salir del Ayuno.
Habiendo cumpliendo la meta de 7 días ayunando, vino la parte más importante y crítica del período: el romperlo. Romper el ayuno de manera brusca y sin consideración puede provocar grandes molestias estomacales, gástricas, stress al hígado y picos de glucosa elevados. Básicamente, que todo el esfuerzo del ayuno haya sido en vano. Por ello, siguiendo las sugerencias del médico, mi propia investigación y sugerencias de “ayunadores” más experimentados, decidí tomarme tres días para salir del estado de ayuno.
La idea de salir del ayuno es hacerlo de la manera más suave y progresiva posible, idealmente con alimentos fáciles de digerir, y sin demasiada variedad esos primeros días. Todo el sistema digestivo estuvo inactivo durante una semana, y para no shockearlo, hay que introducir alimentos gradualmente, dándole la posibilidad al sistema de recuperar sus funciones sin demandarle extrema energía.
Todos los ayunadores recomiendan salir del estado de ayuno, especialmente esos que duran más de 72 horas, con caldos. Y dentro de los caldos, el ideal es el caldo de huesos, por sus enormes valores nutricionales, gran cantidad de proteínas y colágeno (ideales para fortalecer el estómago y el tracto intestinal), glicina y prolina, entre otros minerales y aminoácidos. Y además, y lo que no es poco, ES RIQUÍSIMO.
¿Cómo hacer caldo de huesos?
Paso 1: Conseguir huesos de res, idealmente huesos con médula, como puede ser osobuco, espinazo, rabo o las costillas. Suelen ser cortes super económicos, asi que es muy sencillo de conseguir. En términos generales, eso es todo lo que necesitás. Ahora, si querés mejorar el sabor y la textura del caldo, podés agregarle verduras y especias. Personalmente, yo le agregué dos cebollas, tres zanahorias, apio, perejil, cuatro cabezas de ajo, sal del Himalaya, pimienta y una pizca de pimentón dulce.
Paso 2: Armate de paciencia. El caldo va a durar entre 8 y 48 horas en hacerse. Dicen que entre 8 y 12 horas es el mínimo de tiempo que deberías tenerlo cocinándose. Yo personalmente no iba a inundar mi casa con olor a caldo durante dos días, asi que lo hice durante 16 horas.
Paso 3: Esto no es necesario, pero mejora enormemente el sabor del caldo: Rostizá los huesos en el horno durante 30 minutos. Podés agregar las cebollas y el ajo. Todo lo que quede pegado en la sartén, no lo tires. Usalo.
Paso 4: Exprimí un limón (o mejor, usá vinagre de sidra de manzana) en la olla y meté los huesos dentro durante media hora. El ácido del limón va a ayudar a que los huesos larguen todos los nutrientes. En el mientras tanto, porque sé que no te gusta esperar mirando el techo, podés ir cortando los vegetales en trozos grandes. O mirar una serie en Netflix. No sé, lo que vos prefieras. Agregale los vegetales a la olla y ponele suficiente agua para que todos los huesos queden cubiertos. Llevalo al hervor, y después bajalo a fuego lento. Y listo. Dejalo hacerse. Literalmente. Es así de sencillo.
Controlá que el agua siempre esté tapando los huesos, pero no agregues demasiado líquido para que tu caldo no pierda sabor.
Ese era, entonces, el plan. El primer día, volver a reincorporar nutrientes de la manera más sencilla posible: con el caldo. Durante ese octavo día, el caldo de huesos es lo único que ingerí. Una taza de té entera de caldo tres veces al día. Nunca hubo malestar, sensación de hambre ni incomodidad. El caldo se asimilaba bien, saciaba, y además de ser nutritivo, era tan sabroso que te daban ganas de seguir tomando más. La ingesta de agua se redujo un poco, pero seguía tomando en cantidad.
El noveno día, domingo y coincidiendo con el Día del Padre en Argentina, salimos a almorzar con mi familia a una parrilla. Mentalmente, pensaba que esa iba a ser LA verdadera prueba, pero en la práctica, nada más lejos de la realidad. En ningún momento sufrí de antojos, ni de ganas de comer lo que ellos comían. Tomé una taza de caldo por la mañana, y al mediodía una ensalada pequeña con lechuga, tomate y cebolla. Lo ideal para el segundo día de romper el ayuno es ir incorporando vegetales fáciles de digerir y nutritivos: hojas verdes como lechuga, espinaca, radicheta, rúcula o repollo. Pero en el almuerzo comí tomate y cebolla y mi cuerpo reaccionó perfectamente. Y un pequeño plato de ensalada me había saciado completamente. A las seis de la tarde volví a tomar una taza de caldo y eso fue todo lo que necesité para saciarme y no necesitar más comida el resto del día. Con respecto a la ingesta de líquido, se iba naturalizando un poco y normalizando a los niveles anteriores.
El décimo día era mi último día para salir del ayuno, y recién cuando pude empezar a incorporar proteína sólida. Por la mañana volví a tomar mi última taza de caldo. En el almuerzo, preparé un plato de puré de papas, el cual me dejó completamente satisfecho. Durante las cuatro o cinco horas de la tarde comí dos manzanas y por la noche, pechuga de pollo. El cuerpo reaccionó bien a la proteína, sin malestar, dolores ni nada. El ayuno se había completado de manera ideal y mi cuerpo se sentía perfectamente.
Día 1+
Cómo Sigue la Historia.
Volver a comer fue toda una experiencia. No sólo mi cuerpo tenía una nueva y renovada apreciación con los alimentos naturales versus los procesados, sino que tenía que reprogramar a mi cerebro sobre las cantidades. Y eso lo noté el primer día. Mi cerebro daba órdenes que mi cuerpo no estaba dispuesto a aceptar. Y ahora, mi cuerpo también empezaba a dar órdenes: viejas comidas que antes no me gustaban, mi paladar se había actualizado y las encontraba muy, muy ricas.
Mi primer almuerzo fue una gran ensalada de espinaca, lechuga, tomate, cebolla de verdeo, almendras y nueces picadas, medio diente de ajo, zanahoria y una manzana en cubos. Una vez terminada la ensalada, quise comer algo de pollo. Hice una pechuga entera, imaginando que lógicamente mi cuerpo me iba a pedir MENOS que seis hamburguesas con jamón y queso. Y tenía razón. Ni siquiera pude terminar media pechuga y ya estaba lleno. Mindboggling.
Por la noche, igual. Ensalada con un poco de carne. Esta vez, cociné unos 200 gramos de carne. Y nuevamente, era demasiado. 150 gramos de carne con ensalada parecía ser la cantidad apropiada para mi estómago después del ayuno. Los días de necesitar seis Pattys completas habían quedado atrás. Hoy en día ni siquiera puedo pensar en comer toda esa cantidad. Mi estómago lo rechazaría.
Después de siete días de ayuno y tres días para romperlo, me volví a subir a una balanza. Notaba visualmente una gran diferencia, pero no lo que la balanza iba a revelar: 92 kilos exactos. Había bajado 6.1 kilos en 10 días, y el 90% de ese descenso muy posiblemente haya sido de grasa corporal. Me testeé la glucosa en sangre y estaba en 82 mg/dl. Mi presión arterial estaba en 12.5/7 y mis pulsaciones en reposo habían bajado de 77 a 52 ppm. Estoy esperando los resultados de los análisis de sangre y orina, pero seguramente hayan también bajado los triglicéridos y el nivel de colesterol.
Los dolores que solían atormentarme están mas tranquilos y mis alergias están totalmente bajo control. Quiero adjudicárselo a la autofagia. Mi paladar se actualizó y comidas que antes no me gustaban, ahora me gustan mucho. Ahora tengo mucho mayor variedad de cosas que estoy comiendo y probando cosas nuevas (o viejas que antes odiaba) todos los días. Mi cuerpo me dice cuando estoy lleno y estoy comiendo mucho menos, más relajado y ahorrando plata. En ningún momento del día siento hambre. Todas las mañanas ayuno y recién le incorporo sólidos alrededor de la 1 o 2 de la tarde. Entiendo mejor a mi cuerpo y lo estoy tratando mejor.
Físicamente, me sigo sintiendo ligero y fuerte. Los días se hacen más largos y productivos, pierdo menos tiempo en cocinar y comer y estoy durmiendo mucho mejor. Mis jaquecas son cada vez menos frecuentes y mi temperatura corporal volvió a subir. Ya puedo volver a salir a la calle en ojotas y malla en pleno julio y según lo que me dice la gente, mi piel y mi pelo se ven más sanos.
Creo que todos deberían experimentar estas sensaciones y la nueva comunión con tu cuerpo y con los alimentos. No estoy diciendo que todos hagan una semana de ayuno. Les tengo que decir la posta: no es fácil. No es para cualquiera. Yo hice 30 ayunos cortos “en preparación”, tanto física y mental, para afrontar 170 horas de ayuno. Pero si querés poner a prueba tu cerebro y la dependencia mental a los alimentos, y los malestares de esos primeros dos o tres días, los beneficios valen 1000 veces la pena.
Hoy en día, empiezo a ver a la comida como simplemente una fuente de energía en vez de un “acontecimiento”. Honestamente, me llaman más la atención las nueces y las almendras que las medialunas. Aún me encanta el sabor de la comida, que no se malentienda, pero mi vida ya no gira alrededor de ella. Hace semanas que no le pongo azúcar a nada. Mi paladar está más sensible a los sabores; todo es mas rico en texturas.
No voy a abogar por el ayuno como estilo de vida: no es sostenible vivir sin alimentos. Pero desde un punto de vista terapéutico, creo que es enormemente beneficioso para la salud, tanto física como mental. Especialmente para la gente que sufre de diabetes o insulino-resistencia. No es necesario una semana para conseguir beneficios. A veces, 24 o 48 horas de ayuno son suficientes. O cambiar los patrones alimentarios, por ejemplo. En vez de comer 16 horas al día y ayunar 8 (al dormir), invertirlos: 16 horas de ayuno y 8 horas de alimentación. Se llama ayuno intermitente. Yo lo hago diariamente. Aún promueve la autofagia y el uso de grasas como energía. Y créanme, no se siente hambre, ni molestias, ni malestar.
Hay dos clases de personas: Las que comen para vivir y las que viven para comer. Y el día de hoy, puedo honestamente decir que entro en la primera categoría.
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