Wötan: The Untold Story – Fragmento

(…) Tendido en el suelo de dolor, Wötan miró a su alrededor. Desde donde estaba, lo único que podía ver eran caballeros montados, cargando escudos con la insignia franca. Dondequiera que mirara, allí estaban. Demonios. Fantasmas de cuatro patas, mitad hombres, mitad animal. Monstruos del norte, trayendo consigo muerte y destrucción a estas tierras, a esta gente. Su gente. Hacia donde mirara, los cuerpos sin vida llenaban el campo de batalla. Sus compatriotas. Sus hermanos. Sangre de su sangre. Todo por su culpa, por culpa de su estúpido orgullo.

Tal vez podrían haberse quedado en el Reino, encerrados detrás de las compuertas. Tenían suficientes recursos para sobrevivir quizás al asedio de sus tierras. Tenían suficientes arqueros a su disposición como para quizás obligarlos a retirarse. Pero los convenció que marchar a la guerra y evitar el asedio era la mejor opción. Impulsado por sus propios deseos y sueños egoístas de inmortalidad y gloria eterna, los convenció para que lo siguieran hacia una guerra imposible de ganar. Condujo a sus compatriotas, sus hermanos, a su muerte. Sus manos estaban manchadas con su sangre.

El oráculo … el oráculo estaba equivocado. El oráculo había dicho que regresaría victorioso … pero ahí estaba ahora, herido, desmoralizado y solo. Todo había cambiado. ¿Cómo podría seguir?

Wötan, por primera vez en su vida, se sintió totalmente derrotado. El guerrero más poderoso que estas tierras habían producido, completamente indefenso. Su cuerpo estaba herido más no incapacitado; su espíritu, sin embargo, se encontraba al límite de la ruptura. Pero en ese dulce momento, encontró un atisbo de paz. Había vivido según el código del guerrero, acatado el código y ahora podría morir según el código. Había sangrado con sus hermanos y había sangrado por ellos.

Wötan cerró los ojos. Ahora podía aceptar el dulce abrazo de la muerte. Su mente ya no se encontraba en los Picos Gemelos. Su mente vagó libremente de regreso al reino de los Unghur: Su esposa, blandiendo su propia espada por primera vez. La primera vez que la escuchó cantar. Su primer torneo de tiro con arco. Sus recuerdos viajaron hacia otro rostro familiar: Gundahar. Su primer ritual mensual. Sus primeras visiones. La primera vez que fueron a cazar jabalíes juntos. La primera lanza que le entregó. La forja del Eisenspeer.

Y fue la voz de Gundahar lo que le devolvió a la realidad. Wötan abrió los ojos y allí se encontraba él: su mentor, a su padre por adopción. Gundahar el Viejo, allí a su lado, montado en un caballo franco, gritando su nombre. (…)

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